Foto: Joshua Bell |
La gran estrella musical del fin de semana es, sin duda, el violinista norteamericano Joshua Bell, que previsiblemente llenará el Auditori viernes, sábado y domingo con la Symphonie Espagnole de Lalo, junto a la OBC.
Será una excelente oportunidad para ver en acción uno de los violines más famosos del mundo, protagonista de una extraña historia de robos, disfraces y secretos confesados en el lecho de muerte. El propio Joshua Bell reproduce en su web el artículo de David J. Krajicek, del New York Daily News, que explica lo sucedido.
El violín tiene nombre: es el Stradivarius Gibson, construido en Cremona (Italia) en 1713. En el pasado, perteneció a violinistas célebres, como George Alfred Gibson (de quien tomó el nombre) y el virtuoso polaco Bronislaw Huberman.
Fue precisamente este último quien, un triste 28 de febrero de 1936, sufrió un doloroso robo: alguien entró en su camerino en el Carnegie Hall de Nueva York y se llevó el Stradivarius. Huberman estaba en ese momento en el escenario (actuando con otro violín, naturalmente). Cuando dio parte del robo, no hubo nada a hacer. El músico falleció en 1947 sin haber podido recuperar su violín.
Mientras tanto, en Nueva York, un mediocre violinista llamado Julian Altman sobrevivía como integrante de la sección de cuerda de algunas orquestas locales o como colaborador ocasional de formaciones en gira. Quizás la cosa más llamativa en él era su violín, siempre cubierto de una capa de grasa oscura que olía a betún de zapatos.
El tiempo pasó sin novedades sobre el Stradivarius Gibson hasta que, en 1985, Altman cayó gravemente enfermo. En el lecho de muerte, llamó a su esposa y le pidió que abriera la caja del violín para buscar un bolsillo secreto en el que encontraría unos documentos importantes. Lo que Altman ocultaba allí eran los recortes de los periódicos con la noticia del robo del violín de Bronislaw Huberman.
Altman explicó que había robado el Stradivarius por presiones de su madre, quien estaba convencida de su hijo no había conseguido triunfar en la música por no tener un violín a la altura de su talento. De hecho, según Altman, había sido idea de su madre intentar robar el Stradivarius; él solo probó a colarse en el camerino de Huberman y, como lo consiguió con suma facilidad, cogió el violín y se lo llevó. Durante el resto de su vida, pudo disfrutar de tocar un Stradivarius todos los días. Eso sí, lo cubrió con betún de zapatos para no levantar sospechas.
Foto: Joshua Bell |
La esposa de Altman devolvió el violín a su legítimo propietario, que ahora era la aseguradora que se había hecho cargo de la compensación por el robo a Huberman: Lloyd’s. La mujer incluso consiguió una recompensa de 263.000 dólares por su colaboración. Al fin y al cabo, para el banco la operación había supuesto un negocio redondo: habían pagado al violinista polaco unos 30.000 dólares y ahora tenían de vuelta un Stradivarius valorado en más de un millón, que rápidamente vendieron a un famoso violinista.
Eso sí, la factura de los restauradores del violín no debió de ser barata: tardaron nueve meses en eliminar todo el betún con el que Julian Altman había intentado camuflar el violín.
Desde su hallazgo, el Stradivarius Gibson no se ha bajado de los escenarios, pese a que está valorado en más de 4 millones de dólares. En 2001, estuvo a punto de ser vendido a un museo, pero Joshua Bell consiguió reunir a tiempo el dinero suficiente para comprarlo. Como él mismo ha explicado a La Vanguardia en la entrevista publicada el pasado viernes, se trata de un instrumento muy sensible, que cada día se comporta diferente por "nimiedades".
Gracias a ello, este fin de semana podemos disfrutar en Barcelona de este legendario instrumento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario