Carles Marigó. Foto: Michal Novak |
En un mundo que aspira a clasificarlo todo, Carles Marigó parece haber llegado para, precisamente, romper con cualquier intento de etiquetaje. Es un pianista clásico, tan clásico como para haber obtenido las mejores calificaciones en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú; pero también se ha formado en jazz y música moderna, y su talento para la improvisación le ha convertido, con solo treinta años, en profesor de la materia en los dos grandes centros superiores de música de Barcelona, la ESMUC y el Conservatori del Liceu.
La Pedrera lo ha seleccionado como uno de los músicos residentes de la temporada 2016/2017 y él ha decidido aprovechar la oportunidad para presentar proyectos que interrelacionen música clásica y nuevas técnicas de improvisación. Este 19 de febrero ofrece un recital con obras de Juli Garreta y Robert Schumann, en el que también habrá un lugar para un nuevo método de improvisaciones basado en colores que él mismo ha creado.
Así nos explica Carles Marigó su trayectoria.
Barcelona Clásica: ¿Por qué empezaste a estudiar piano?
Carles Marigó: Empecé como muchos otros: mis padres me apuntaron a clases de música. Ellos no son músicos, pero sí afines a la cultura. Y se dieron una serie de circunstancias que hicieron que la experiencia fuera muy buena. Resultó que yo era el primer alumno que tenía en su vida un profesor muy joven, Xavier Dotras, que venía del mundo del jazz. Puso mucha ilusión y creyó mucho en mí, tanto que, con 9 años, me llevaba con él a tocar en conciertos en algunos bares.
B.C. ¿Con 9 años? ¿Y qué tocabas?
C.M. Hacía improvisaciones. Para mí, improvisar era como un juego, mientras que la música escrita era, de alguna manera, lo que se tenía que hacer. Toda mi vida he arrastrado esta dualidad. Ahora, por fin, es cuando he conseguido unir los dos mundos.
B.C. ¿Cómo continuaste con tu formación?
C.M. Yo soy de Blanes y continué estudiando allí hasta los 16 años. Después, entré en el Conservatorio de Badalona, con Lluís Pérez Molina. Y después empecé a estudiar en la ESMUC con Vladislav Bronevetsky, lo que me cambió la vida.
B.C. ¿Por qué?
C.M. Diría que por tres causas, fundamentalmente. Primero, llegaba a un lugar donde todo el mundo quería hacer lo mismo que yo: ser músico. Después, coincidimos una generación de pianistas muy potente, y evidentemente no lo digo por mí, sino por nombres como Enrique Lapaz o Marco Mezquida. Y, por último, en la ESMUC, las fronteras entre los diferentes tipos de música no están establecidas. De hecho, la filosofía del centro es que la música clásica, la música moderna y la música tradicional se interrelacionen. Me encontré como en casa.
B.C. En finalitzar a l’ESMUC, marxes a un lloc sorprenent: el mític Conservatori Txaikovski de Moscou. No és una mica contradictori amb aquest esperit de renovació que t’interessava?
C.M. Si, había gente que me lo advirtió: iba a un lugar del pasado. Pero a mí ya me iba bien hacer esta lectura del pasado. Estuve reflexionando mucho tiempo sobre qué era lo que quería hacer y concluí que yo quería, sobre todo, tocar, y tocar con la máxima exigencia. En los concursos de piano coincidía con músicos que salían del Conservatorio Tchaikovsky y yo veía el increíble nivel que tenían. Quería saber qué formación habían tenido para llegar allí y, si era posible, llevar este sistema algún día en Cataluña.
Carles Marigó Foto: Michal Novak |
B.C. ¿Cómo fue la experiencia?
C.M. En total, fueron tres años de estudio, con el apoyo de una beca del CONCA. Jo tiendo a ser una persona feliz, pero reconozco que fue una etapa dura e intensa. En primer lugar, estaba solo y, por el problema de la lengua, tenía todo el tiempo para mí. I después estaba la Residencia, que diría que es uno de los lugares más adorablemente infectos del planeta.
B.C. ¿Infectos? ¿Por qué?
C.M. Todo era compartido: habitación, cocina, duchas... También el piano del dormitorio, con gente tocando día y noche, desde las 5 de la madrugada hasta las 3 de la madrugada siguiente. Y algunos profesores vivían con nosotros, por lo que acabábamos duchándonos todos juntos, intentando no mirar a ningún sitio concreto..
B.C. Y, pese a estos escasos medios, ¿encontraste el motivo por el que consiguen hacer música de tanta calidad?
C.M. En Rusia tienen una forma de hacer muy concreta y, sobre todo, mucho amor por la música. Y no solo entre los propios músicos: también entre el público general. ¡La gente de la calle se sabe los nombres de los profesores del Conservatorio Tchaikovsky! Y los policías de la aduana del aeropuerto, cuando veían que en el visado de mi pasaporte ponía que era estudiante del Conservatorio, me miraban sorprendidos. Ser músico en Rusia es ser algo respetable.
B.C. ¿Cómo aquí un futbolista?
C.M. Los músicos salen en los anuncios de la radio, en la televisión, en todas partes. Con estas condiciones, hay mucha gente que quiere ser músico, y los niños estudian cada día. Y tienen un gran respeto a su historia y sus compositores, cosa que aquí es absolutamente desconocido, porque el nuestro es un pasado increíble, con los mejores músicos del mundo de los siglos XV y XVI, y nos avergonzamos. Un Tomás Luis de Victoria o un Antonio de Cabezón están a un nivel más alto que un Tchaikovsky, pero aquí nadie lo reivindica.
B.C. ¿Solo es un tema de referencias?
C.M. No. También hay cuestiones técnicas. Por ejemplo, el aprendizaje, ellos se basan en la cultura del sonido y la escucha, mientras que nosotros tenemos una cultura de la conciencia corporal y la aproximación física al teclado, como consecuencia del pianismo francés. Y luego está el tema de la improvisación, que ellos hacen desde siempre y en todos los niveles, aunque le llaman "armonía".
B.C. ¿No tuviste la tentación de quedarte en Moscú?
C.M. Yo tenía claro que quería volver y aplicar aquí todo lo que había aprendido. Desde el momento que llegué de nuevo en Barcelona, empecé a trabajar y ahora he encontrado un equilibrio entre las tres cosas que me interesan: dar clases, interpretar e improvisar.
B.C. Sabemos que también te interesan otras disciplinas artísticas. ¿Por qué?
C.M. Mi madre dice que es culpa de mi carácter disperso! La realidad es que todo está mucho más unido de lo que parece. El arte es la forma de expresar algo que "habla de ti", tanto para la persona que lo hace como para quien lo recibe, y por eso es posible que nos emocione hoy una obra escrita en el siglo XVIII. El teatro tiene muchas similitudes con la música: es efímero y requiere la interpretación de un texto, al que se le ha de dar vida. Pero he tenido la oportunidad de conocer en primera persona cómo es el proceso de creación de un cuadro y he visto que la pintura, que a priori parece tan diferente, también es similar a la música.
Carles Marigó. Foto: Michal Novak |
B.C. Esta visión tan profunda del arte,¿la comparten tus alumnos millennial?
C.M. Depende. El otro día analizábamos en clase un impromptu maravilloso de Schubert, y había alumnos muy emocionados y otros, mucho menos impactados. Yo me preguntaba: "¿Cómo puede ser? ¿Cómo pueden pasar ante una pieza como esta?" Pero siempre ha habido gente, en todas las generaciones, con tendencia a pensar más allá. Y no tienen nada que ver con la formación recibida. Mi abuela, que tuvo que dejar la escuela con ocho años, es una de las personas más sabias que conozco.
B.C. ¿Qué proyectos tienes en marcha, además de dar clase?
C.M. Estoy preparando nuevo repertorio. Tengo varios recitales y en abril presento el disco Momentos, grabado con SEED Music. Y quiero seguir haciendo investigación. Cuando estaba en Rusia, empecé a estudiar a fondo las características que hacen que la música de un compositor suene como suya, y lo me ha servido mucho a la hora de hacer improvisación.
B.C. ¿Improvisación y música clásica no son conceptos casi incompatibles?
C.M. De improvisación hay en toda la música, y no solo Bach: también Mozart, Chopin ... Según el compositor, el porcentaje de improvisación es más o menos alto, pero siempre se improvisan cosas: por ejemplo, se "improvisa" en directo la forma de tocar cada pasaje. La improvisación en toda la música, la clásica, es lo que hace que la interpretación brille.
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