Barcelona Clásica: Saimir Pirgu: "Nada puede destruir mi deseo de estar en el escenario"

miércoles, 19 de octubre de 2016

Saimir Pirgu: "Nada puede destruir mi deseo de estar en el escenario"

Saimir Pirgu
El tenor Saimir Pirgu se ha convertido en uno de los protagonistas del año en Barcelona al encadenar tres éxitos consecutivos en producciones emblemáticas: fue Rodolfo en La Bohème del pasado verano, ejerció de solista en el histórico Réquiem de Verdi que supuso el estreno de Simon Halsey al frente del Orfeó Català y, este octubre, ha interpretado a Macduff, uno de los roles protagonistas del Macbeth que ha inaugurado la temporada del Liceu.

De esta forma, Pirgu lleva ya más de tres meses afincado en Barcelona, muy contento con el público (“es muy silencioso y respetuoso”) y el trabajo realizado (“es un honor estar aquí”). Posiblemente, no volverá a Barcelona hasta 2018. Mientras tanto le esperan, entre otros teatros, la Ópera de Viena con Don Giovanni y la Ópera Nacional de Ámsterdam con Rigoletto.

No son retos nuevos: el tenor está acostumbrado a los grandes escenarios desde los inicios de su carrera, cuando Claudio Abbado lo convirtió, en 2004, en el tenor más joven en debutar en el Festival de Salzburgo, con solo 22 años. Mitos de la ópera como Luciano Pavarotti y Plácido Domingo han apadrinado su carrera. Y, por fulgurante que esta parezca, él asegura que, en realidad, ha preferido ir “poco a poco”. 

Así nos lo cuenta en una entrevista para Barcelona Clásica.

Barcelona Clásica: ¿Cómo fueron tus inicios en el canto?
Saimir Pirgu: Yo soy de Elbasan, en el centro de Albania, a unos 40 kilómetros de Tirana. Es una ciudad pequeña e industrial, pero tiene cierta vida cultural. Por ejemplo, hay una escuela de música. Allí me formé como violinista desde los seis años. Por entonces, eran los últimos años del comunismo, a finales de los 80, y el Gobierno era el que decidía quién podía estudiar música. Yo estaba en la escuela elemental. Nos hicieron unas pruebas para ver quién tenía mejor oído musical. Fue una elección muy exigente: entre más de mil niños, escogieron a unos pocos, quizás una decena. Y uno de ellos era yo. Así que tuve que empezar a estudiar violín.

Saimir Pirgu,en la producción de Macbeth del Liceu
B.C. Pero acabaste cambiando el violín por el canto. ¿Cómo te diste cuenta que tenías talento como tenor?
S.P.
La verdad es que yo cantaba a menudo y todo el mundo era consciente de que me gustaba cantar. Pero no sabía nada de ópera: en Albania la actividad operística era mínima y en Elbasan no hay teatro de ópera. Para mí, la revelación llegó cuando vi en televisión uno de los conciertos de Los Tres Tenores, con Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras. Con la caída del comunismo, en Albania empezamos a sintonizar canales italianos y por la RAI pude seguir el evento. ¡Me gustó tanto que hasta me hice una  grabación doméstica con cassettes! Y cuando conseguí el diploma elemental de violín, me fui a Tirana a estudiar canto y, después, a Bolzano, en el norte de Italia.

B.C. ¿Cómo conociste a Luciano Pavarotti?
S.P. Pues es bastante gracioso, porque cuando explico que lo conocí en el spa de Merano la gente se cree que Pavarotti se estaba bañando… Y, por supuesto, no ocurrió así. Pavarotti vino a Merano, un lugar de descanso muy conocido en Italia, para pasar una temporada y, como tenía tiempo libre, en el conservatorio donde yo estudiaba preguntaron si había cantantes que quisieran hacer una audición para él. Fuimos unos diez… y me escogió para dar clases con él.

B.C. ¿Cómo fue estudiar con Pavarotti?
S.P.
Era fantástico. Lo que más destacaría es la aplicación de la técnica italiana, que yo estudié a fondo con mi maestro, Vito Maria Brunetti, y que, en resumen, supone mantener la misma calidad de sonido a lo largo de todo el canto. Implica un gran autocontrol y una alta capacidad para graduar la voz. También aprendí que hay cosas que un principiante no puede hacer. Hoy día parece que solo sirven cantantes con una voz grande, cuando en realidad una voz grande no solo no es mejor, sino que se destruye más rápido.
Saimir Pirgu, como Rodolfo en La Bohème
B.C. Hay voces que dicen que el problema de los jóvenes es que no tienen suficiente técnica con aspectos básicos, como la respiración, y esto perjudica su voz. ¿Estás de acuerdo?
S.P.
La técnica es un mundo enormemente complejo. Por ejemplo, hay tres tenores españoles que admiro mucho, que son Plácido Domingo, Jaume Aragall y Alfredo Kraus, pero las técnicas de los tres son totalmente distintas entre ellos y, además, ninguno se parece realmente a la famosa técnica italiana. 

Pero el problema no es que la técnica sea diferente. El problema es que una voz joven necesita tiempo para crecer. Tiene que probar roles diversos, e incluso equivocarse, hasta encontrar su verdadera técnica, aquella que, en ciertos casos, le permitiría convertirse en una leyenda.

B.C. ¿Cuánto tiempo se necesita para eso?
S.P.
La voz empieza a ser lo suficientemente estable en la mediana edad. Los jóvenes tienen como referencia a cantantes legendarios y quieren ser como ellos desde el primer momento, pero eso no es posible. Primero, porque los escuchan en grabaciones de estudio, hechas en condiciones que nada tienen que ver una actuación en directo. Y, segundo, porque no hay grabaciones de los grandes cantantes antes de los 35 años. Yo mismo estoy acercándome a los cuarenta y es ahora cuando empieza mi carrera de verdad. Tienes que ser un hombre para ser un tenor.

B.C. De todas maneras, en tu caso, has estado en los escenarios de los grandes teatros desde muy joven.
S.P.
He tenido la suerte de trabajar siempre con los mejores directores y en teatros de referencia internacional: Salzburgo, Viena, París... Sin embargo, aunque ha sido una carrera hecha en los grandes escenarios, también ha sido una carrera lenta. Soy un tenor lírico, con una voz luminosa, en la línea de Pavarotti, Di Stefano o Gedda (quien, por cierto, cantó un amplio repertorio lírico y también papeles dramáticos, pero siempre con su voz). Pero he ido avanzando poco a poco: nunca he presionado mi voz. Y sé que hay roles dramáticos que sería estúpido plantearme.
Saimir Pirgu, caracterizado como Ferrando
en Cosí fan tutte

B.C. ¿Qué momentos han marcado un punto de inflexión en tu carrera?
S.P. Ha habido tres obras muy importantes en mi evolución. Mi primer gran papel profesional fue el Ferrando de Cosí fan tutte con Claudio Abbado. Creo que fue gracias a la musicalidad que me dio mi formación como instrumentista que encontré una buena forma de cantar Mozart. Esto me llevó a grandes teatros desde el principio, pero con un tipo de repertorio que ayudó a proteger mi voz: Mozart, Donizetti, Bellini…

El segundo momento importante fue hacia 2009, con el Idomeneo de Nikolaus Harnoncourt. Seguía siendo Mozart, pero era un Mozart más fuerte, en el que pude ver que, en el futuro, podía ser un tenor lírico y abrirme a un repertorio nuevo: Rigoletto, La Traviata, La Bohème… Además, la obra tuvo una gran repercusión internacional.

Y un tercer momento clave fue 2011, con otro experimento: Riccardo Muti me eligió para el Réquiem de Verdi en el Festival de Salzburgo. Para mí, fue una obra importante: me puso en una situación que me hizo creer más que nunca en mí.

B.C. Constantemente, a lo largo de tu trayectoria, grandes directores (Abbado, Muti, Harnoncourt, Mehta, Maazel, etc.) te han elegido para trabajar a su lado. ¿Qué crees que han visto en ti?
S.P.
No creo que sea la técnica. Evidentemente, es necesaria, pero hay muchos cantantes con una gran técnica. Tampoco pienso que sea la voz, sino algo más especial. Lo definiría algo así como la capacidad de entender lo que el director quiere de ti y de adaptarte a ello. A la hora de trabajar con un gran director, también hay que estar preparado para un alto grado de exigencia.

B.C. ¿Cómo ha sido tu relación con Plácido Domingo?
S.P.
Ha sido una de las personas más importantes en mi carrera. Lo conocí en L’elisir d’amore en Viena. Allí me invitó a hacer Gianni Schicchi al año siguiente. Luego hicimos juntos también Cyrano de Bergerac en París, mi primera Bohème, en Washington, y La Traviata en el MET en 2013.

B.C. Es curioso que el concierto de Los Tres Tenores despertó tu vocación y luego, en tu evolución profesional, dos de ellos, Pavarotti y Domingo, han tenido una gran importancia. ¿Crees que, hoy en día, se podría volver a repetir un fenómeno como el de los Tres Tenores?
S.P.
Creo que no. Sigue habiendo cantantes maravillosos: Anna Netrebko, Jonas Kaufmann… Pero el formato debería ser distinto, porque han cambiado muchas cosas. Antes, la música clásica y la ópera estaban en un pedestal y, fuera de los sitios de elite, no había muchas más opciones. Hoy ya no es así. El mundo se ha vuelto más grande y hay muchos sitios desde donde acceder a música de primer nivel. Hoy, por ejemplo, puedes ver a Kaufmann cantando en Valencia. 

B.C. ¿Cómo ves tu evolución futura?
S.P.
Necesito tiempo para experimentar y ver hacia dónde va mi voz: si seguiré en registros líricos o iré hacia roles de “spinto”. En este sentido, he publicado mi segundo disco este 2016, Il mio canto, con la intención de que sea un documento público de mi voz en estos momentos.

B.C. ¿Y tendrás tiempo suficiente para experimentar con la intensa agenda que se te avecina? Vemos que tus próximos compromisos te llevan a Australia, Viena, Ámsterdam…
S.P.
Yo estoy muy feliz. Esto no es un trabajo, sino una vida maravillosa. Es cierto que hay mucho estrés y una presión increíble, pero nada puede destruir mi deseo de estar en el escenario.







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