La resaca
navideña se plasma este fin de semana en la cartelera con un producto que, como
si fuera un Guadiana musical, reaparece todas las temporadas varias veces al
año, casi siempre con programas muy similares: los conciertos de bandas sonoras
de películas.
Supongo que
se trata de una fórmula de éxito: la gente va contenta a escuchar una música que
no le da miedo, aunque la haya oído doscientas veces. Si además el concierto se
programa entre enero y febrero, tenemos un regalo ideal para todos los públicos.
Así que no
es casualidad que este fin de semana hayan coincidido varios conciertos de
música de película: solo hace unos días que han pasado los Reyes.
Con los
conciertos de bandas sonoras pasa como con los best-sellers
de novela (o con cualquier otro producto cultural “pop”): su importancia va más
allá de lo estético. Son fenómenos de masas que pueden enganchar a nuevos
públicos a la música y la literatura. Por eso, aunque nos canse que programen
una y otra vez el mismo concierto con el mismo repertorio y las mismas
consabidas piezas, sí nos gusta ver las salas llenas.
Pero es
especialmente de agradecer que, además de recaudar en taquilla, el concierto tenga alguna
ambición artística especial. Es el caso de la OBC con El señor de los anillos.
Obra de Howard Shore y ganadora de tres Óscars, todavía no se ha convertido en
esa pieza inevitable de los programas de BSO que sí son, por ejemplo, ET o
Titanic.
Veremos si
hay reacciones de la crítica: en Madrid, esta misma semana, la Orquesta Nacional
de España realizó el mismo concierto, con el mismo director (Shih-Hung Young) y
la misma soprano (Clara Sanabras). Además de abarrotar la sala, convencieron
al crítico Rubén Amón.
Además, la
puesta en escena incluye proyecciones de la película, lo que, como dice Luis Martínez en su artículo en El Mundo, acerca la propuesta a la idea wagneriana
de “arte total”.
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