Tras el éxito de El señor de los anillos, L’Auditori acoge una nueva entrega de la serie de conciertos basados en bandas sonoras de películas. Esta vez le toca el turno a los filmes de Pixar:
Toy Story, Cars, Buscando a Nemo, Wall-E y Los Increíbles. “Todos ellos,
proyectados en alta definición mientras la Orquesta interpreta sobre el
escenario la banda sonora”, reza el programa.
Me cuentan que, mientras el
programa de Navidad de El señor de los
anillos pretendía atraer a los adolescentes a la música clásica, este va
dedicado a los niños. De todas maneras, por el horario del concierto del viernes (20.30 horas), suponemos que L’Auditori espera también a esos “niños de
40 años” a los que se refería el payaso Miliki.
No soy gran aficionada a las
bandas sonoras y ni siquiera he visto las películas de Pixar. Pero este
concierto coincide con dos ideas interesantes que me han llegado estos días. La
primera es la importancia de los niños en la programación de música clásica,
algo que, desde el principio, no he considerado en su justa medida y que
voy a intentar corregir lo antes posible. De hecho, ya he empezado a incluir en
la agenda los conciertos infantiles abiertos a familias en Barcelona y, cuando
surja la oportunidad, haré contenidos relacionados con la educación musical.
La segunda idea es este
artículo de El País sobre los conciertos que una orquesta de Nueva York
programa inspirándose en series de ficción: primero Breaking Bad, luego New
Girls y, ahora, Juego de Tronos. Lo curioso del caso es que no se trata de
música original inspirada por las historias, ni tampoco de las BSO, sino de
fragmentos de óperas que, según la opinión del director, guardan relación con
los temas y los personajes de las series. En el repertorio, figuran Wagner,
Prokofiev, Strauss, Verdi y Mozart, entre otros. Este es el vídeo de YouTube sobre la ópera de Breaking Bad:
Lo que esta orquesta de Nueva
York tiene en común con el ciclo de BSO de L’Auditori es la utilización de referentes
cinematográficos de éxito para atraer a un público no habitual de los
conciertos. La idea me gusta: es fresca, es atrayente y aporta su granito de
arena a la difusión de la música.
Pero también tengo dudas. Por muy
bien que lo argumenten, ver un capítulo de Juego de tronos es bien distinto de la
experiencia de asistir a un recital de ópera. Si ya cuesta que algunos fans de
la serie se atrevan a concentrarse en la lectura del libro y la encuentran
complicada (que lo es), larga (que también lo es) y aburrida (ahí ya discrepamos), no
sé si todo el mundo es capaz de conectar a la primera con una música totalmente desconocida y de ritmos bien diferentes a los habituales en radiofórmulas y discotecas.
Vivimos en un mundo en el que
todo disfrute que implique cierto esfuerzo de abstracción, como la música de
calidad (no solo la clásica) y la lectura, tiene cada vez menos incentivos y es
reemplazado por otros pasatiempos más instantáneos y menos exigentes. Por ejemplo, ver la película. Pensémoslo: tras las exitosas superproducciones de Hollywod, ¿quién se molesta en leer esos antiguos best-sellers que son El señor de los anillos o Harry Potter?
Me temo que esto de los referentes cinematográficos para vender música clásica es como disfrazar de caramelo un trozo de pescado para que el niño lo coma. A lo mejor funciona una
vez, pero, a la larga, lo mejor para él es acostumbrarle a disfrutar del sabor del pescado y de lo bien que sienta una dieta saludable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario